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A veces era un gélido rumor de nostalgia.
A veces una caricia de pluma sobre la mejilla.
Pero ya no sé dónde...
Baudelaire y la lluvia olían a vainilla y las lágrimas se secaban en las páginas del Mío Cid que leíamos en el colegio.
Ya no sé dónde esconderlo, ya no sé dónde dejarlo.
Es tanto que el olor a pintura y a café son una reminescencia entre fotos de Barrett y mis tardes solitarias llevan la canela enmarcada en Rembrandt.
Pero ahora, en la lumbre de las cuatro no está. No está en las fotos ni en el jardín.
En un vaso de ginebra o los granos de pimienta...pero tu olor ya no está.